martes, 15 de abril de 2014

NOCHES DE RIAD

ALBA

16 de Febrero de 2035, comenzaban a entrar los primeros rayos de sol por el tragaluz de la aséptica sala en la que me encontraba. Los grilletes con los que obsequian a todos los condenados a la pena máxima ya marcaban mis muñecas inmisericordemente. Sobre la mesa de la estancia, dos hojas de papel en blanco y un bolígrafo, pues las nuevas leyes, en un alarde de compasión, permitían que aquellos que se encontrasen en mi situación pudiesen redactar sus últimas voluntades.

En aquel momento, entró un hombre alto, de una tez poco más morena que la mía, ataviado con el traje tradicional de mi tierra que además, en su caso, delataba sus orígenes familiares en un lugar del planeta en el que este hecho es más importante que la propia supervivencia. Yo ya lo conocía desde mi más tierna infancia, cuando en una reunión con mi padre, hijo de una de las sagas más influyentes de mi país, se decidió cual sería mi futuro a largo plazo.

El padre de Al-Qasim se sentó al otro lado de la mesa, pudiendo comprobar cómo su mirada resultaba mucho más penetrante que el sable que muy probablemente, ya estaban afilando y probando en la plaza pública. De sus palabras dependía mi vida, pues en mi país, en última instancia, la suerte del condenado queda en manos de las decisiones de la familia de la víctima. En mi caso, supe desde el momento en que reconocí a ese hombre, que los preparativos seguirían su curso.

-Zoraida-comenzó diciendo –, espero que el verdugo sea eficiente en su trabajo, pues no solo has asesinado a tu marido. Los servicios secretos me han enviado todos los informes, lamento que ese perro inglés se nos escapase de las manos. Que en tus últimos momentos, no sean los ojos de ese cerdo los que invadan tu mente, sino los de mi hijo llenando tu alma de culpa y vergüenza.

-Ninguna de las dos sentiré Al-Qasim-, contesté de una manera involuntaria, temiendo que mi vida acabase en esa sala. El simplemente se levantó y llamó a mis carceleras, dejándome sumida en los pensamientos que plasmaría en mis últimas cartas.


Estaba terminando la última clase del día, y me iba a dirigir a mi habitación en el Trinity para poder comunicarme con mi familia cuando el se acercó hacia el lugar en el que me encontraba sentada. Mi nerviosismo alcanzó cotas mucho mayores que el día anterior, cuando lo observé estudiando en la biblioteca, me senté enfrente suyo y con una simple sonrisa supe que había despertado en el una pasión sobrehumana. En aquel momento mi deseo sexual aumentó alcanzando cotas increíbles, pero nada comparado a lo que estaba viviendo en este preciso momento.

Un simple papel, una simple nota con un número de teléfono, me sirvieron para imaginarlo desnudo frente a mí, besando todo su cuerpo, participando en sus juegos mientras el se convertía en cómplice y ejecutor de los míos.

La campana del college indicaba las cinco de la tarde. Después de una llamada a Riad de poco más de medio minuto, acalorada y nerviosa, tomé la nota de mi bolso y no dudé en marcar aquel número. Probablemente la mejor decisión que jamás tomé en mi vida.


-Buenas tardes- respondió Patrick.
-Creo que nos conocemos-, respondí todavía conmocionada, pues fue la primera vez que pude disfrutar de su voz.
-Yo siento que te conozco de toda la vida-, afirmó, y prosiguió:
-Me gustaría tomar algo contigo, ¿podríamos vernos en “The Michael House Cafe” (1)?.-
-¡Allí nos veremos!-.

Al colgar el teléfono, me dí cuenta de que aquella llamada solo sirvió para acordar hora y lugar de reunión, pues sabíamos que aquello iba a suceder desde el primer momento en que cruzamos nuestras miradas.

Cuando llegué a The Michael House Cafe, quedé embelesada por el hecho de que la cafetería se situaba en el interior de una iglesia medieval, pero nada comparable a aquel chico que tomaba un té mientras leía el periódico del día. Lo observé durante unos segundos a hurtadillas, comprobando cómo por sus gestos y el enrojecimiento de su piel, se encontraba a punto de estallar de nerviosismo.

Finalmente me senté en su mesa, y no pude mediar palabra cuando sus ojos se alinearon con los míos. Cinco minutos después, el me sacó del encantamiento al preguntar mi nombre. Cuando se lo dije, me respondió:

-Un precioso nombre para la más bella saudí que he conocido jamás – En aquel momento pasé del fuego al hielo, preguntándole:

-¿Cómo sabes que soy saudí?

-No estaba seguro del todo, pero como ya te comenté, tengo la sensación de que nos conocemos desde hace muchos tiempo.

Sin mediar una palabra más, Patrick dejó un billete de cinco libras en la mesa, salimos a la calle y me pidió que fuésemos a su casa. Cualquier otra persona hubiese adivinado en esto una locura, pero la confianza y el enigmático cariño que ya sentía por él solamente hicieron que se adelantase en la petición que yo ya estaba dispuesta a hacerle.

Cerró la puerta de su apartamento, y comenzamos a besarnos como si fuese la última noche en el mundo. El me quitó la camiseta de tirantes azul turquesa, pues me la puse al comprobar su reacción en la biblioteca el día anterior. Yo ni siquiera tuve el pudor de desabrocharle los botones de la camisa, ya se los había arrancado.

Cuando llegamos a su cama, quitándome con firmeza el sujetador y las faldas, comenzó a besar todo mi cuerpo. Yo quería seguir descubriendo su blanquecina piel a lo largo de todo su cuerpo, por lo que no dudé en desprenderle de sus vaqueros, teniendo que contener la risa al observar sus calzoncillos. Finalmente, tuve ante mí su miembro erecto, sentí su calor al tocarlo por primera vez.

El terminó por quitarme las bragas. Su erección era increíble, jamás había sentido un encantamiento tan intenso y extraño a la vez. Sin embargo, mientras recorría mis senos con sus besos, y su pene se acercaba a mi sexo, vinieron a mi cabeza los problemas que me causarían ese acto, sobre todo en lo referente al contrato matrimonial que había dejado vigente en Riad.

Patrick intuyó que algo sucedía al acercarnos a ese estadio tan íntimo y satisfactorio de la relación, entonces comenzó a besar mi vientre como si estuviese recubierto de un excitante y dulce néctar, a la vez que acariciaba mis pezones suavemente. De manera muy delicada y suave, posicionó sus finos y rosados labios sobre mi vello púbico, causándome una eléctrica sensación cuyo recuerdo, durante mucho tiempo, permaneció en mi memoria de una manera muy nítida. Después todo fue pasión, pues su lengua me llevó hasta los altares de la perfección, me hizo gemir como jamás lo había hecho. Ni siquiera en mis momentos de mayor intimidad concebí aquella amalgama de sensaciones. En ese instante, comprendí empapada de sudor y placer que su ser había llegado hasta mi corazón.


Tomé el bolígrafo y comencé a escribir en aquella tenebrosa habitación del penal. Por el tragaluz entró el sonido de la furgoneta que me llevaría hasta la plaza Deera (a la que mis conciudadanos, haciendo un alarde de humor, denominaban plaza Chop-Chop) en este caluroso Viernes, que para mí resultaba el más gélido de mi existencia.

Mi último mensaje comenzaba así:

Para Patrick”





Patricia Medinaceli (Pseudónimo)







(1): The Michael House Cafe: Cafetería real situada en el centro de Cambridge (R.U), cuyo local está habilitado en una antigua iglesia medieval. La recomiendo encarecidamente a visitantes.


lunes, 17 de febrero de 2014

NOCHES DE RIAD WAITING FOR A MIRACLE

NOCHES DE RIAD

WAITING FOR A MIRACLE

Una de la mañana, 16 de Febrero de 2035, es lo que indicaba el reloj de aquella tortuosa habitación. Por un momento, bañado de sudor en aquel sofá, pensé que me encontraba en Londres, pues los británicos poseemos la imperiosa necesidad de llevar nuestras costumbres allá a donde la corona llegue, incluyendo el mobiliario.

Ya había manchado la moqueta de Whisky en tres ocasiones. Aquella noche sin duda estaba siendo la peor de mi vida, y no conocía cual iba a ser mi reacción cuando me sacasen de la embajada británica en coche diplomático hacia el aeropuerto de Riad, en donde un avión militar me llevaría directo a Londres. Yo siempre me negué a hacer este viaje, pero los ocho soldados del SAS (1) que me retenían me impedían tomar otras opciones.

Siempre quise ser diplomático. Desde pequeño me contaron las historias de aquel lejano familiar que ayudó a los árabes a deshacerse del yugo otomano, y era el mayor de mis sueños vivir, por lo menos, la milésima parte de las aventuras que según mi padre sintió en sus propias carnes Thomas Edwar Lawrence (2).

Recuerdo aquellas fotos guardadas en un viejo baúl de nuestra casa en la campiña. En concreto aquella en la que una mujer con piel marrón, senos uniformes, nariz algo aguileña, y una mirada negra dirigida firmemente hacia la cámara realizaba aquella danza sugerente, oriental, hipnótica en todos sus aspectos.

Cada vez que subía a hurtadillas a aquella buhardilla, con el único pretexto de observar la fotografía, comenzaba a sentir la presión en mi sexo, pues me imaginaba a aquella mujer acariciándome, besándome, observándome con aquellos ojos, hijos de la oscuridad, que me hacían sentir el calor del desierto a seis mil kilómetros de distancia mientras mis manos acariciaban mis testículos, llevándome a un éxtasis que jamás pude obtener de otras situaciones similares.

Posteriormente vino la mudanza a Cambrige, en donde comencé mis clases de derecho internacional. Siempre fuí muy meticuloso en mi trabajo, y desde la primera semana acudía diariamente a la biblioteca del Trinity para ordenar, en mi cabeza, las lecciones que diariamente recibíamos. Allí fue donde se produjo el milagro.

Por un momento me quedé helado, mi espalda se volvió rígida como el acero al sentarse, enfrente mío, la chica que descansaba en el depósito de los recuerdos de Thomas. Sin embargo, Zoraida, como supe que se llamaba tiempo después, llevaba una media melena que me permitía contemplar todo su cuello. Fue en ese momento cuando la temperatura de mi cuerpo comenzó a subir bruscamente, más al comprobar que venía con una camiseta de tirantes azul turquesa en la que se marcaban sus senos y su vientre.

Me miró fíjamente y sonrió, fueron apenas unos segundos, su pelo era negro como el carbón, su piel más oscura que la de una mujer mediterránea y sus ojos, del color del espacio, hicieron que saliese de la biblioteca jadeando hacia mi habitación.




Allí comenzaron los espasmos, apenas me dio tiempo a sujetar mi miembro mientras me tumbaba en la cama. Me la imaginaba desnuda, besando todo mi cuerpo mientras yo la acariciaba su cuello, sus mordiscos al hacerlo cada vez más intensamente. En mi mente ella seguía bajando por mi pecho, por mi vientre, y pude sentir como si fuese real el momento en el que sus pechos chocaron con mi pene ahora mucho más erecto. Ahora llegaba con sus besos a la entrepierna, y en aquel increíble momento me miró fijamente en mis ojos, sintiendo cómo un volcán en erupción se apoderaba de mí.


Dormí desnudo hasta la mañana siguiente, y allí estaba, dos filas mas atrás en la clase de derecho internacional. No pude escuchar absolutamente nada, ya que solo me podía concentrar en el papel que tenía delante.

Cuando acabó la clase, me levanté como un rayo y me di la vuelta. Sus ojos negros como el ébano ya estaban irradiándome, haciendo que mi decisión de acercarme a ella para entregarla mi nota fuese todavía más firme.

Llámame,

00 44 3333333

Patrick Lawrence”


Las leyes de su país, después de las últimas reformas, ya permitían que un hombre y una mujer pudiesen dormir juntos. Sin embargo, sus servicios secretos seguían siendo igual de eficaces que antes.

Cuando Al-Qasim entró en la habitación mientras nos acariciábamos, solo pude coger la pistola y disparar. Zoraida gritó, yo me bloqueé y cogió el arma de mis manos. Gracias al rastreador que llevaba, el SAS llegó antes que la policía Saudí. Zoraida, con el objeto del delito en las manos, habló con el teniente galés que ordenó mi detención. Cuatro soldados me llevaron hasta la furgoneta del servicio secreto. Fue en el viaje hacia la embajada cuando me dí cuenta de que yo era el único detenido.

Los periódicos locales ya lo habían mencionado a lo largo del día 15. Zoraida sería ejecutada en la plaza Deera, en el momento en el que yo estaría a diez Kilómetros de altura de la superficie rumbo a Londres. Estampé la copa a apenas unos centímetros del retrato del rey Guillermo (3), maldiciéndome por no recibir yo el frío beso del acero.

En aquel momento recordé mi rango de diplomático, y mi cabeza comenzó a ebullir tal y como me enseñaron en Cambridge. Era imposible que no pudiese hacer algo. De repente, una enorme ilusión recorrió mi cuerpo. Podía salvar a Zoraida.


                                                                                                                               Patricia Medinaceli






    (1) SAS: Servicio aéreo especial británico. Para más información:

    1. Thomas Edwar Lawrence: Sobran las presentaciones. No obstante para más información:



(3) También sobran las presentaciones:


jueves, 6 de febrero de 2014

Gracias a que ya tengo blog, iré publicando en él mis nuevos relatos.

Aquí va el primero de lo que será una serie más larga. ¡Disfrutadlo!:



NOCHES DE RIAD



ULTIMA NOCHE



Una de la mañana, 16 de Febrero de 2035. Es lo que indica el reloj digital de mi nueva y efímera habitación. Me resulta imposible conciliar el sueño, y creo que jamás lo disfrutaré ya.



Mis palabras podrían resultar extrañas, pero no se contradicen con la realidad del país en el que me crié y en el que mi vida terminará. Dentro de nueve horas, vendrán mis asistentas con la cabeza tapada, pues las nuevas leyes estatales todavía no las permiten vestir ropa occidental. En ese momento harán que me ponga mi camisón blanco escotado en un lugar en el que jamás me dejarían vestir con una prenda así.



Mi cuello desnudo, esa parte de mi cuerpo larga y morena de la que siempre me sentí orgullosa y que nunca pude exhibir en las calles en las que crecí, será al amanecer contemplado por cientos de personas en la Plaza Deera (1) (un honor que se me concede debido a mi origen), en donde el frío metal besará mi nuca, la última caricia que recibirá en este mundo.



No hará falta que me corten el pelo, ya que desde que llegué a Cambridge, me encanta sentir la lluvia cayendo sobre mi larga y sensible nuca. Ese centro de sensaciones y pasiones en el que tanto me hizo sentir el hombre al que siempre he amado.



Allí comenzó todo, estaba sentado dos filas más adelante en las primeras clases de derecho internacional. Todavía hacía calor y el llevaba su camisa parcialmente desabrochada, jamás había visto a alguien con la piel tan blanca. Comencé a sentir una amalgama de sensaciones dentro de mi cuerpo totalmente inauditas, y cuando acabó la clase y el me miró a los ojos, pude contemplar el color del océano y en su pelo, el del sol.



Ni siquiera recuerdo como llegué a mi habitación en el Trinity College (2), apenas tuve tiempo para quitarme la ropa, mi cuerpo se comportaba como la caldera que jamás había sido, no podía hacer otra cosa más que imaginarme besando aquella piel completamente blanca, mientras el exploraba cada uno de los rincones jamas observados por un hombre.



Comencé a tocar mi cuello muy lentamente, y sentí cómo mis cervicales se relajaban. Sin embargo, ese calor tan placentero seguía incrementándose de manera exponencial. Sin vacilar bajé mis manos hasta mis pechos, jamás me había fijado en lo preciosos que eran, ni sentido el placer que me causaba acariciarlos con mi dedo índice. Me imaginé a aquel hombre besándolos y disfrutándolos, y mi deseo no hizo más que aumentar al pensar en cómo yo le acariciaba su dorado cabello. Creo que fue en ese momento cuando mis sentidos explotaron, al descubrir que mis manos acariciaban ya mi sexo, jugaban con el, y todo mi cuerpo disfrutaba con ello. En el momento en el que sentí aquella corriente eléctrica atravesarme, debieron de ser apenas unos instantes, pude ver su mirada y cómo su boca, besando mi vientre, se acercaba hasta ese centro de placer y me hacía sentir lo que jamás había sentido.
Debí de dormir hasta el día siguiente. Solo recuerdo cómo en sueños aquellos ojos me miraban durante toda la noche, unos ojos de un azul que jamás en mi vida había contemplado hasta que los vi por primera vez en una de mis primeras clases, en la nueva vida que comenzaba en Gran Bretaña.


Sumida en estos pensamientos, observo nuevamente el reloj. Ya son las nueve de la mañana, y las asistentas llaman a la puerta de mi fría celda, que durante esa noche solo consiguió calentar el recuerdo de Patrick.


Sobre una pequeña mesa dejaron mi camisón, con el que contemplaré Riad por última vez antes de que el verdugo tape mis ojos y dirija con sus manos mi cabeza sobre el bloque, calibrando la mejor posición de mi cuello.


Mientras me pongo el camisón, observo en el espejo de la celda mi cuello, mis pechos, mi sexo y me vienen a la mente aquellas noches de pasión con Patrick. Sus caricias, sus labios, sus besos en cada centímetro cuadrado de mi cuerpo, y pienso si el frío beso del acero me recordará sus boca.


Me digo a mi misma que ya es la hora. Afortunadamente la embajada británica consiguió hacer su trabajo. Ahora soy yo la que llevaré a cabo la tarea que el destino me ha encomendado para salvar a Patrick.



Patricia Medinaceli




  1. Plaza Deera: Situada en Riad, Arabia Saudí. Para mas información:









(2).Trinity College: Situado en Cambridge, Inglaterra, RU. Para mas información: