NOIR 1810, 1, 7-12:
Parte
1.
Aquel
vestido negro, cuyo escote finalizaba más allá de mis pechos,
causaría más de algún comentario en la recepción que la
presidenta de la república ofrecería aquella noche en el palacio de
los inválidos, en donde se habían habilitado algunas salas para
festejar el 200 aniversario de la muerte del que fue héroe del país
a principios del S-XIX, y cuya figura volvía a ser invocada en los
ya no tan nuevos círculos de poder del estado. La sombra de ojos que
compré en Aux-en-Provence (mi lugar de nacimiento) parecía
fabricada explícitamente con el propósito de hacer resaltar mis
ojos, aparentemente heredados del Mediterraneo de días claros que me
vio nacer.
Como
resultado de las políticas aplicadas sobre la “generación
Miterrand”, no resultó muy complicado trasladarme a París-Diderot
para estudiar Filosofía. Años de esperanza y de luz en los que
cambiaríamos el mundo, resultando este nuestra espada de Damocles
desde antes de la percepción de cualquier atisbo de luminosidad.
La
muerte de algunos seres queridos nos lleva en ocasiones a aceptar la
realidad tal y como nos la plantea nuestra propia subjetividad. Es
por eso por lo que decidí preparar mis oposiciones para optar al
puesto de directora de clasificación documental en el ministerio de
defensa. Superadas estas, solo tenía que rendir cuentas y lealtad
al ministro, al presidente y a la república.
Después
de la desaparición de Mahmoud en las revueltas de 2017, en las que
el cielo de París se tiñó de rojo una vez conocido el resultado de las
elecciones presidenciales, solo importaba el bienestar de los más
cercanos (un hermano en Provenza del que recibía cada dos menes un
correo electrónico, siempre relacionado con su falta de liquidez y
Marine, la pequeña perrita que residía en mi apartamento).
Gracias
a mi posición, aún conservaba viejas amistades de la época en las
que París se relacionaba con algunas tiranías (actualmente otras)
que según la prensa de aquellos años, no lo eran tanto. Cuando mi
delegación fue presentada ante Ben Alí, mis ojos no podían apartar
la mirada de aquel impresionante árabe que me contemplaba extasiado.
Un simple roce de sus dedos en la espalda hicieron que le siguiese
hasta las habitaciones de la embajada, en donde sin mediar palabra,
me arrodillé y saboreé su increíble sexo. Me tomó de la mano y,
tumbándome en la cama, comprobé que jamás una lengua me había
hecho sudar tanto.
Aunque
las relaciones ya eran muy tensas, nuestros dos países todavía
mantenían una serie de tratados comerciales muy beneficiosos para
ambas partes. Sin embargo, debía de actuar con discreción, y tal y
como había comunicado a los esbirros de Ben-Alí, recogí mi pelo
castaño y ondulado con la diadema de plata adornada con una flor de
lís, con el propósito de ser llevada junto a su superior al
aeropuerto Charles de Gaulle, con los documentos 991, 868 y 443 de la
sección del arsenal nuclear en el USB incrustado en la flor.
Justamente los que necesitaba el país de Ben para comenzar su propia
cruzada (quien sabe si en algún día no muy lejano, contra
nosotros). Esto me reportaría los dos millones de Euros pactados en
la cuenta de un banco holandés cuyo número ya conocían mis nuevos
contratantes. El cambio de estos en nuevos francos franceses
solventaría todos los problemas terrenales que pudiesen surgir a lo
largo de toda una vida.
Después
de saludar a mi jefe, pude divisar al fondo a la presidenta de la 6ª
república. Los nuevos cambios constitucionales, legislativos y
jurídicos, además de los nuevos problemas sociales (reales e
imaginarios) contra los que el estado debía luchar, habían
provocado la refundación de la república. Como consecuencia, ninguna mujer como la que, a escasos metros de mí, era
acompañada por la mitad de su gobierno, había tenido jamás tanto
poder en Europa occidental. De hecho, gracias a su intervención, los
parlamentos de Bruselas y Estrasburgo comenzarían a ser
desmantelados en tres semanas.
La
delegación del país de Ben apenas era una cuarta parte de lo que
llegó a ser en los buenos tiempos, en los que tanto funcionarios
como puestos políticos franceses girábamos nuestros cuellos ante
las carnicerías que se cometían en las plazas públicas de este.
Preferíamos acompañarlos a un lugar afable y tranquilo en la costa
azul, rodeados del lujo que nos correspondía. Tras cruzar una mirada
con el jefe de la delegación, me dirigí a la cocina y en esta,
crucé la pequeña puerta que daba al callejón de las basuras. Allí
estaba Ben vestido con traje occidental y fumando un Marboro ( su
precio era de 50000 nuevos francos franceses la cajetilla).
Después
de cruzar el Boulevard de la Tour-Maubourg, llegamos al coche
alquilado que los servicios secretos de su país habían aparcado en
la Rue Chevert. El tráfico a esas horas no era muy fluido en París, y
en apenas 45 minutos ya divisábamos los nuevos concorde que
despegaban hacia Moscú, Pekín, Caracas y Beirut.
Ben
presentó los permisos correspondientes y entramos, con el coche
alquilado, en un hangar privado en el que los servicios secretos del
reino de Ben mantenían dos Dassault
Falcon 7X
preparados para despegar en cualquier momento.
Una
bandera de la petromonarquía presidía la estancia de la nave que
nos correspondía, y al contemplar el sable en ella representada,
sentí un escalofrío en la base de la nuca que recorrió todo el
escote trasero de mi vestido hasta la cintura.
Siete
horas más tarde, habíamos aterrizado en la capital de la potencia
árabe. Por supuesto, había tenido el tiempo suficiente para
vestirme tal y como ordenan las estrictas normas de mis anfitriones.
El
mercedes conducido por un oficial de la real fuerza aérea nos
condujo hasta el centro documental
militar
central, en donde Ben entregó mi diadema al funcionario que desmontó
la flor de lís y conectó la memoria USB en los sistemas
informáticos del organismo en el que nos encontrábamos.
Un
escalofrío muy parecido al que la noche anterior había sentido en
el Charles de Gaulle, volvía a recorrer mi espalda de una manera
mucho más intensa. El mismo oficial conducía el Mercedes que nos
acompañaba al hotel en el que debía de aguardar hasta que las
autoridades competentes confirmaran la veracidad de lo entregado. Eso
no era la causa de mi nerviosismo, pues tres años antes había
realizado la misma operación, con unos documentos muy parecidos, en
el país considerado, oficialmente, el mayor enemigo del que en este
instante era mi anfitrión.
Cada
vez se veía más gente en la calle, y Ben me comentó en un francés
prácticamente neutro que era normal que esto sucediese los Viernes.
Seguidamente, me instó a que me tapase la cara pues debía acudir,
antes de dejarme en el hotel, al acto que se produciría en la plaza
que se encontraba a apenas 200 metros. Por el tono de su voz, supe
claramente que acompañarlo no era una opción.
Un
corro de gente rodeaba la furgoneta que apenas cinco minutos antes
había aparcado en la plaza, de ella bajó un hombre con una espada
similar a la de la bandera del país y una mujer rubia, ojos azules,
con el cuello desnudo y un escote que le llegaba hasta la mitad del
pecho. Habían recogido su pelo dejando al aire la nuca y sus manos
estaban atadas a su espalda.
Ben
me dijo que en su país ya habían ejecutado a muchos extranjeros por
diferentes motivos, pero jamás se había tramitado la pena capital
contra un occidental, pues las sanciones de su país de origen podían
suponer una pérdida económica demasiado notable para el reino.
Estos casos se solucionaban, hasta hace muy pocos años, con una
simple deportación.
Según
Ben, la señorita Müller había sido encontrada en casa de Ahmed,
diplomático en la embajada de Berlín, en un alto estado de
embriaguez, con un puñal manchado de sangre. En la habitación
contigua, se encontraban levemente heridas dos de sus esposas. Ella
no conocía el estado civil de Ahmed cuando viajó con él al reino
vía directa desde Munich. El alcohol en sus venas y las heridas
causadas a las mujeres legítimas, habían bastado para que en ese
momento el verdugo vendase sus ojos y la animase a ponerse de
rodillas.
El
golpe de sable fue tan rápido que mi mente ni siquiera pudo
asimilarlo. La cabeza rodó unos centímetros y el cuerpo cayó a
plomo sobre el asfalto de la plaza. Cuando miré hacia mi derecha,
descubrí que Ben ya se estaba retirando al lugar en donde nos
esperaba aparcado el Mercedes. Una vez dentro, me dijo que el
progresivo enfriamiento con algunos países de occidente había
provocado que el reino no fuese tan piadoso con los ciudadanos
europeos que allí se encontraban, pues ya no resultaba necesario.
Tiré
de la cadena después de quince minutos en los que solo había
arrojado bilis. Comprendí perfectamente el mensaje que Ben había
querido transmitirme llevándome a la plaza, por lo que estaban al
corriente de las operaciones que tres años antes había llevado a
cabo con los enemigos de mi actual anfitrión. El escalofrío de mi
nuca ya era perpetuo, y no podía dejar de imaginar mi largo cuello
contemplado en una plaza pública mientras un hombre pagado por el
estado preparaba el sable que me llevaría con Mahmoud.
Después
de día y medio, una llamada me sorprendió en la cama del hotel, Ben
me preguntó si había comprendido la situación. Le contesté que
sí, preguntándole cuánto tiempo tardarían las autoridades de su
país en completar el calvario que había sufrido la señorita
Müller.
Un
destello de esperanza atisbaron mis ojos cuando me explicó que el
material entregado era demasiado importante, y que contrarestaba con
creces lo sucedido tres años antes en lo concerniente a mis negocios
con la potencia enemiga. Además, yo sabía que pesaba en él lo
sucedido en la embajada de su país en París.
Llamaron
a la puerta de mi habitación, me dijeron que un taxi me esperaba
entregándome un billete de Air France directo a París.
Wauuu había seguido entregas anteriores...Deberías publicar esta intrigante historia de poder mediante una novela.Voy a leer la otra parte que le sigue.Eres un genio!!!
ResponderEliminarWauuu había seguido entregas anteriores...Deberías publicar esta intrigante historia de poder mediante una novela.Voy a leer la otra parte que le sigue.Eres un genio!!!
ResponderEliminarMuy interesante e intrigante
ResponderEliminarUna historia ideal documentada y buena construcción. Tienes una forma de narrar única con voz propia. Felicidades!
ResponderEliminarFelicidades por tan cuidada y detallada historia, Patricia. Qué elegante y bonita manera de escribir. Voy a por la siguiente...!
ResponderEliminarFelicidades por tan cuidada y detallada historia, Patricia. Qué elegante y bonita manera de escribir. Voy a por la siguiente...!
ResponderEliminarMe está gustando, describes muy bien y haces que la ambientación sea perfecta y aunque no sabemos mucho aún de los personajes ya te empiezas a hacer preguntas. Voy a seguir... Un saludo.
ResponderEliminarMe encantó la hambientación y la intriga de la historia. Uno se queda esperando más. Voy a por la segunda parte! Felicitaciones!
ResponderEliminarMuy bien documentada y una pluma elegante. Felicidades por tu historia, tiene gancho ;)
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